Casas Viejas proclamó el 11 de enero de 1933 el comunismo libertario. Al pueblo llegaron ese día guardias civiles y de Asalto que en pocas horas, al mando del capitán Manuel Rojas, dominaron la revuelta. La tarde del día 11, los agentes mataron a un vecino. La madrugada del 12, el combate se centró en la choza de la familia Seisdedos, que fue incendiada y arrasada. Habían muerto ocho campesinos, dos guardias civiles y un guardia de asalto. Casi todos los hombres del pueblo habían huido al monte. Al amanecer, con la población ya sometida, los guardias recorrieron la aldea disparando contra todo lo que se movía. Mataron a un anciano y detuvieron en sus casas a doce vecinos, los esposaron, los llevaron a la corraleta de la choza de Seisdedos y los asesinaron sin más. Rojas mintió sobre lo sucedido. Y los periódicos se hicieron eco de la versión oficial: que todos los campesinos muertos en la aldea gaditana habían fallecido cuando se enfrentaban armados, desde la choza de Seisdedos, a las fuerzas que habían sofocado la revuelta anarquista. Médicos, guardias, funcionarios...; eran muchos los que sabían qué había pasado y callaron. Pero el rumor sobre los fusilamientos se extendía y los indicios crecían. Algunos periodistas cuestionaron entonces las noticias gubernamentales y el asunto saltó a las Cortes. Dos meses después, el Gobierno, presidido por Manuel Azaña, inició al fin un expediente informativo y el teniente Fernández Artal, que había intervenido en Casas Viejas, soltó el bombazo al relatar que, efectivamente, habían detenido y luego fusilado a varios campesinos. Rojas negaba. Al tiempo, una comisión parlamentaria había comenzado a finales de febrero a investigar los sucesos de Casas Viejas, uno de los episodios que marcaron la Segunda República. Lo que sigue son fragmentos de dos testimonios recogidos en el expediente (el de Artal y el de Rojas) y de declaraciones recabadas por la comisión de diputados de las Cortes.
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