17 junio 2007

El catear se va a acabar


Por Pablo Molina
En la Facultad de Medicina de la Universidad de Oviedo hay un profesor ejemplar. Baste decir que se ha cepillado a 145 alumnos en Biofísica, asignatura de primero de carrera. Solamente un alumno ha conseguido aprobarla, y con un más que discreto 17/30.
El decano de la facultad está muy preocupado. Pero lo significativo es que lo que le tiene a mal traer no es la burricie del alumnado, sino que un profesor se haya dado al cateo en masa. Y es que las autoridades académicas prefieren no indagar sobre los orígenes de la catástrofe; no preguntarse, por ejemplo, qué demonios aprenden los jóvenes en el bachillerato para que lleguen a la universidad con ese nivelazo. Si muchos de ellos acaban la carrera con faltas de ortografía y sin saber expresarse por escrito de forma mínimamente inteligible, es fácil suponer cómo será su bagaje de conocimientos científicos antes de que pisen las Aulas Magnas.

No es probable que el problema resida en la nula capacidad pedagógica del profesor de marras, pues los nulos son, precisamente, los que practican el aprobado en masa. Puede, más bien, que estemos ante alguien que supone, en su ingenuidad, que la universidad es un lugar dedicado a ampliar conocimientos, no a repasar lo que ha de saberse desde primaria.

El famoso profesor tiene menos futuro en la universidad pública que el PSOE en el Levante español. Con esta actitud levantisca, ya puede ir despidiéndose de ser incluido en las cuchipandas universitarias que, a modo de congresos y seminarios, se celebran por toda nuestra geografía con el objeto de aumentar los conocimientos etnográficos y gastronómicos del profesorado universitario. Precisamente por eso su actitud es aún más meritoria. Sobre todo porque estamos hablando de unos señores, los actuales alumnos de Medicina, que al acabar sus carreras se van a ocupar de nuestra salud, y convendría que se esforzaran un poquito durante sus estudios.

El órgano que representa a los estudiantes de la Universidad de Oviedo se ha manifestado profundamente escandalizado por el suceso, y ha pedido mano dura contra los profesores que suspenden más de lo admisible (de lo admisible por ellos). Al parecer, el aprobado académico ha de ser también una cuestión sujeta al equilibro democrático de las mayorías, con sus cuotas de discriminación positiva perfectamente equilibradas. Por ejemplo, no más de un 5% de suspensos, y además mitad chicos y mitad chicas, por aquello de la paridad.

O sea, que si la cuota de cateados se cubre antes de tiempo como consecuencia de una avalancha de vagos especialmente numerosa dentro de una misma promoción, habrá que aprobar democráticamente al resto para no soliviantar al decanato y al consejo supremo estudiantil.
– Oiga, está usted suspenso –le dirá el profesor al alumno atribulado.
– Pero yo no veo ninguna marca en el examen. Tan sólo un arco de circunferencia en cada esquina.
– Es que ha sacado usted un cero tan grande que me ha sido imposible ajustarlo al tamaño del folio.
– ¿Y eso por qué?
– Pues por nada personal. Simplemente, que no sabe usted distinguir una glándula suprarrenal de una almorrana, y estamos ya en cuarto de carrera.
– Ya, pero resulta que en las negociaciones de este año entre el Decanato y mi sindicato estudiantil se ha establecido un cupo máximo de suspensos de 50 por clase, y el que venía antes que yo hacía precisamente ese número.
– Pues en ese caso no tengo más remedio que aprobarlo. Felicidades, y que pase usted un buen verano.
– Vale tron, gracias y tal.
Ahora bien, todo este proceso de decadencia docente al final acabará beneficiando a los estudiantes más aptos y esforzados, que con este sistema se van a quitar con gran facilidad la presión de la competencia. Los más capaces harán una brillante carrera profesional y ganarán mucho dinero, y los aprobados de cuota ingresarán como funcionarios en la Seguridad Social. Total, para hacer una sedación en condiciones tampoco hay que ser Hipócrates.

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